martes, 22 de marzo de 2016

EL CUSCO INCAICO

EL CUSCO INCAICO

Surgido en un valle que tiene huellas de poblamiento desde mil años antes de Cristo, el Cusco se transforma en una ciudad cuando se convierte en capital del pujante imperio de los Incas. Ese Qosqo incaico era una ciudad sagrada, de templos y palacios, que según la tradición imitaba la forma de un puma yacente con cabeza de felino, evocando una antigua figura mitológica. La cabeza era la fortaleza de Sacsayhuaman, y el cuerpo del felino, la ciudad que se extendía entre dos ríos, el Saphy y el Tullumayu, que discurren canalizados bajo las calles del mismo nombre. El encuentro de estos ríos, donde actualmente hay una fuente alusiva, era conocido como Pumaqchupan o “la cola del puma”.
Los templos y palacios de la ciudad Puma eran edificaciones de un solo piso, cubiertas con techos de paja a dos aguas a circulares con una inclinación muy acentuada para facilitar el escurrimiento de las aguas de las lluvias. La singularidad de la arquitectura incaica, que asombro a los primeros españoles que entraron en la ciudad y sigue asombrando ahora a sus visitantes, era la calidad del pulido de la piedra y el ensamblaje perfecto de un bloque con otro. En una cultura que no conocía el hierro, esto se lograba gracias a un extraordinario conocimiento del material y a la diestra utilización de herramientas sencillas, como las duras piedras cuarcitas. Con todo, se piensa que la construcción de las obras más representativas de arquitectura incaica debió demandar ingentes cantidades de mano de obra, lo cual solo era dable en una sociedad con un altísimo grado de organización.
Visualmente, el Cusco sagrado destacaba por la sobriedad de sus muros y su característico talud que los hacia más resistentes a los sismos frecuentes en la zona. Estos muros, construidos las más de las veces con andesita y diorita, no siempre presentaban el mismo tipo de aparejo. El rectangular grande lo encontramos en el Qoricancha y el Acllahuasi (actual calle Loreto), y el rectangular pequeño, en el Kusicancha (actual plazoleta de Santo Domingo, frente al Qoricancha). Ambos tipos de aparejo son conocidos también como almohadillado. El irregular geométrico grande, en cambio, es el que apreciamos en la calle Hatun Rumiyoc.
Los elementos dominantes en esta ciudad debieron ser Sacsayhuaman, el Qoricancha y el Sunturhuasi, una torre circular de unos tres o cuatro pisos de altura que al parecer se erguía en la plaza principal, que ocupaba lo que actualmente es la Plaza de Armas, la Plaza Regocijo, las dos manzanas que las separan y la manzana del hotel Cusco.
El patrón de agrupamiento de las viviendas y, en general, las edificaciones era la Kancha, un recinto rectangular rodeado de muros de piedra, comúnmente con un solo acceso, en cuyo interior, distribuidas simétricamente, se alzaban entre dos y ocho construcciones de planta también rectangular y unicelulares. Entre kancha y kancha corrían estrechas callejas, lo que hacía que la ciudad en su conjunto tuviera un trazado ortogonal, constituido por un sistema de calles prácticamente rectilíneas. Una peculiaridad del Cuso incaico, eso sí, era su perfecta adaptación a la topografía del valle y a los occidentes naturales, lo cual hacia que en muchos casos la cuadricula original se deformara y que las callejas se volvieran sinuosas.
Otra característica del Qosqo incaico, que respondía a la cosmovisión de los antiguos cusqueños, era su división en dos mitades, hanan y hurin, la de arriba y la de abajo, cada una de las cuales a su vez se dividía en otras dos, respetando la división territorial del imperio en cuatro partes o suyos: Chinchaysuyo, Antisuyo, Collasuyo y Contisuyo. Eran precisamente los caminos que, partiendo de la plaza principal, se dirigían a los cuatro suyos, los que delimitaban las cuatro partes en las que estaba dividida la ciudad.
Un sistema complementario de organización espacial del Cusco incaico era el de los ceques, unas líneas imaginarias que partían del templo del sol en dirección a los cuatro suyos y que estaban jaloneadas por los adoratorios o huacas que había en el Cusco. En cada uno de los sectores de Chinchaysuyo, Antisuyo y Collasuyo había nueve ceques, y en el de Contisuyo, catorce. El número de huacas, según una relación dejada por el cronista Bernabé Cobo, ascendía a 333. Téngase en cuenta que para los incas eran sagrados no sólo templos como el Qoricancha, sino también el lugar de nacimiento de sus gobernantes, así como las reliquias dejadas por éstos. También eran veneradas las piedras grandes, los manantiales o puquios, los ríos y lagunas, así como las cuevas. 
Señalemos, finalmente, para terminar de comprender la singularidad de la capital incaica, que la ciudad sagrada estaba rodeada de terrazas de cultivo que se extendían más allá de los dos ríos que la delimitaban y que actualmente corren, el primero, debajo de las calles Saphy, Plateros y la Avenida Sol, y el segundo debajo de las calles Choquechaca y Tullumayu. Estas áreas de cultivo,  delicadamente tratadas, hacían las veces de un sector de aislamiento del núcleo sagrado, ubicado en el centro de la ciudad.
Los barrios donde residían los sectores populares estaban diseminados alrededor de este cinturón de aislamiento y según la mayoría de cronistas eran doce. Empezando por el de Tokokachi (actual barrio de San Blas), éstos eran: Munaysenka, Rimajpampa, Pumajchupan, Coripata, Cayaukachi, Chaquillchaca, Picchu, Karmenka, Wakapunku, Kolkampata y Kantutpata.
La principal urbe incaica abarcaba también una extensa zona suburbana densamente poblada que se extendía en un radio de hasta cinco kilómetros. En suma, se podría decir, según cálculos realizados por Santiago Agurto, que la capital de los incas abarcaba una extensión de 476 hectáreas, de las cuales 88 correspondían a la ciudad sagrada, 105 a su sector de aislamiento y 283 a los barrios periféricos. El sector suburbano, a su vez, podía tener más de 500 hectáreas de extensión. Tal era la urbe que encontraron los españoles y que despertó la admiración de muchos de ellos, como de Pero Sancho, secretario y escribano general de Francisco Pizarro, quien escribe en su relación para su majestad. “La ciudad del Cusco, por ser la principal de todas cuentas servían de residencia a los señores, es tan grande, tan bella y con tantos edificios, que sería digna de ser vista en España”
Cronistas como fray Antonio de la Calancha (1638), equiparaban la grandeza arquitectónica y la importancia religiosa prehispánica del Cusco, con la prestancia pagana de las antiguas metrópolis de Babilonia y la Roma de los césares.

Por su organización administrativa, que subdividía los barrios según procedencias y especialidades artesanales; por su armonía arquitectónica, sabiamente adecuada a la orografía y las inclemencias atmosféricas; por la eficiente conservación de su medio ambiente y la ingeniosa provisión de recursos naturales para el florecimiento de su economía, el Cusco de los Incas destaca como el modelo más elevado de la admirable organización social que esta civilización desplego en todo el mundo andino. Posee características únicas que aún podemos admirar y que son motivos de interés universal.

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