MARTIN CHAMBI.
El Cusco de comienzos del siglo XX
era una pequeña ciudad provinciana que apenas empezaba a despertar de su largo
encierro decimonónico. Residencia de grandes y pequeños hacendados que se
conformaban con el disfrute de los más o menos cuantiosos bienes que podían
arrancar a sus tierras e indios, la ciudad, sin embargo, tenía un rostro
marcadamente indígena. La mayoría de la población eran indios y eran casi en su
totalidad indios también quienes vivían en el campo, ya sea como siervos de las
haciendas o reunidos en las comunidades, que todavía llevaban el nombre quechua
de ayllu.
En suma, se trataba de un mundo
escindido entre señores e indios. Los primeros, llamados “mistis”, eran sobre
todo los dueños de las haciendas, grandes o pequeñas, cercanas a la ciudad o
tan alejadas de ellas que hacía falta varios días de camino para visitarlas.
Estos poderosos hacendados eran blancos o se preciaban de serlo y vivían
suntuosamente, vistiendo casimires ingleses y sirviendo en su mesa vinos
españoles o franceses.
Esta de vida de boato y despilfarro
era inimaginable, por su puesto, sin la omnipresencia de los indios, que eran
quienes servían a los “mistis” en sus casas citadinas y quienes, por sobre
todo, trabajaban las tierras de las haciendas a cambio de nada. Los indios, a
decir de un escritor de la época, se encontraban en un grado extremo de
inferioridad, eran los últimos de los últimos en la escala social.
Tal era el mundo que Martin Chambi (1891
- 1973), el genial fotógrafo que creo una singular obra entre las décadas de
1920 y 1960, veía a través del lente de su cámara. Empezó, como otros
fotógrafos de la ciudad imperial, plasmando a los señores y sus familias en
estudio. Toco luego las puertas de las esplendidas casonas de estos mismos
señores, eligiendo ocasiones memorables, como un cumpleaños o una boda o el
bautizo del benjamín de la casa. Muy pronto, sin embargo, fue apropiándose, con
una voracidad insaciable, de más y más temas y de más y más tipos humanos de
todos los estratos de la sociedad, desde los hacendados que posan con su
sirviente o “pongo” arrodillado delante de ellos hasta la india de rostro
terrosos que se mimetiza con la pared de barro que el fotógrafo ha escogido
como fondo, y desde el grupo de arqueólogos que realiza una viaje de
exploración al hace poco descubierto Machu Picchu, hasta los mestizos que
juegan al sapo en una chichería.
Como retratista de la sociedad
cusqueña de la primera mitad del siglo XX, Martin Chambi supo también captar
las tensiones que al nivel de su identidad la atravesaban, sobre todos aquellas
que eran producto de un pasado glorioso y un presente de atraso y abandono y
que se traducían en un engolosinamiento con lo incaico que corría parejo al
menosprecio social por el indio, precisamente el portador vivo de los elementos
culturales andinos.
Martin Chambi nació el 5 de
noviembre de 1891 en Coaza, Puno, un pueblo de indios aimaras enclavado en las montañas al norte del Lago
Titicaca. Siendo muy joven, trabo amistad con el fotógrafo de una compañía
minera extranjera. Impactante debió ser para el muchacho este primer encuentro
con el arte fotográfico, pues al poco tiempo, hacia 1908, ya lo encontramos en
Arequipa, aprendiendo los secretos del oficio con Max T. Vargas.
Tras diez años con su maestro,
Martin Chambi decide trabajar por su cuenta, primero en Sicuani, en 197, y
luego en el Cusco, a donde llega en 1920. De este encuentro entre el fotógrafo
y la antigua capital de los incas, que duro hasta la muerte del artista el 13 de
septiembre de 1973, nacerá una de las producciones fotográficas más valiosas de
América Latina.
Hay que señalar que si bien en vida
Martin Chambi gozo de reconocimiento nacional e incluso internacional, es
después de su muerte, a raíz de una exposición antológica de sus fotografías
que se realiza en 1979 en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, que su nombre
ingresa en la lista de los fotógrafos más destacados del siglo XX, con
exposiciones exitosas en Buenos Aires (1985), parís (1986), Madrid (1990), y
otras ciudades importantes.
Parte importante del legado
fotográfico de Chambi lo constituyen las imágenes del Cusco monumental y de
restos arquitectónicos incas. Machu Picchu, Sacsayhuaman, las calles Loreto y
Hatun Rumiyoc llaman con frecuencia la atención del artista. La ausencia del
elemento humano en muchas de estas vistas, incluso en las que muestras restos
incas ubicados en pleno corazón del Cusco, tiene la virtud de crear la
impresión en el espectador de que se está ante lugares sacrosantos, hieráticos,
que han sobrevivido inconmovibles al paso de los siglos y escondidos a la
mirada de los hombres. Esta impresión se acentúa aún más, en algunos casos, por
la imponencia de un paisaje cuyo elemento central son elevadas montañas que
parecen inexpugnables, por la neblina y las nubes que producen una sensación de
misterio, así como por la tupida maleza que cubre parte de los restos
arqueológicos.
La fotografía de Chambi en casos
como este es un importante documento que da cuenta del creciente sentimiento incanista
de algunos sectores de la sociedad cusqueña de esos años, pero también,
paradójicamente, del menosprecio que esa misma sociedad demostraba por las
huellas de su pasado prehispánico. Sacsayhuaman, como se aprecia en algunas
imágenes muy conocidas del artista, era el lugar preferido por los cusqueños
para sus paseos campestres y sus francachelas.
Son muy expresivas, asimismo, las
fotos de Chambi que retratan el mundo de los hacendados cusqueños, como esa que
muestra a un hombre que con gesto adusto, autoritario, pose con su esposa e
hijos a un lado y sus capataces al otro, mientras que en primer plano hasta
cuatro grupo de indios se afanan trasquilando a igual número de alpacas y en el
fondo, detrás del hacendado, cientos de camélidos, caballos y vacas pastan
libremente, con algunos pastores que parecen perdidos entre tanto animal; o esa
otra en la que se aprecia, en el patio de una casa hacienda, a una multitud de
indios, algunos disfrazados para ejecutar una danza, mientras que los
hacendados y sus invitados posan en el corredor del segundo piso. Las
distancias que separan a un mundo del otro son remarcadas no solo por el lugar
prominente que ocupan los hacendados, sino también por las diferencias en la
manera de vestir, en el color de la piel y los rasgos físicos y hasta en la
actitud: en posición de firmes la masa de indios, más desenvueltos los señores.
Son importantes, asimismo, esas
fotografías que, con el laconismo y la fuerza de la imagen, muestran la
situación de enorme desigualdad en la que se encontraban los indios en la
sociedad cusqueña de la primera mitad del siglo. Quizás lo mejor de la obra de
Chambi esté conformado por esas vistas que el artista ha dedicado a los
indígenas. En efecto, en este caso la mirada del fotógrafo se agudiza, por lo
que nos ha dejado no sólo excelentes retratos, sino además algunas imágenes
que, aparte de su elevada calidad artística, tienen un innegable valor
antropológico o etnográfico.
En conjunto, las fotografías que
Chambi dedica a los indios muestran la vida de éstos desde los más diversos
ángulos: en el duro trabajo de la tierra con el azadón o la chaquitaclla, en el
descanso bebiendo chicha o chacchando coca, en la fiesta religiosa y en la
peregrinación, en la feria dominical vendiendo sus productos u ofreciéndolos en
trueque, tocando la quena, el órgano, la zampoña o el waqrapuku, bailando,
orando o simplemente posando para el fotógrafo luciendo con orgullo las mejores
prendas.
No es sólo por la temática regional
que el genial Martin tiene un merecido renombre como fotógrafo indigenista.
Influye también en dicha apreciación su peculiar tratamiento de luces y
sombras, su dramática aproximación a los caracteres humanos y la ironía que
sutilmente muestran sus imágenes sociales, convergiendo hacia un mensaje
denunciativo y melancólico. Intelectuales indigenistas y cusqueñistas como
Uriel García y Luis E. Valcárcel se han sentido identificados con su fotografía
y cineastas como Luis Figueroa, Eulogio Nishiyama y los hermanos Víctor y
Manuel Chambi (hijos del gran fotógrafo) han tratado de fundar una estética
cinematográfica derivada del mensaje de sus imágenes.
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