EL CUSCO INCAICO
Surgido en un valle que tiene
huellas de poblamiento desde mil años antes de Cristo, el Cusco se transforma
en una ciudad cuando se convierte en capital del pujante imperio de los Incas.
Ese Qosqo incaico era una ciudad sagrada, de templos y palacios, que según la
tradición imitaba la forma de un puma yacente con cabeza de felino, evocando
una antigua figura mitológica. La cabeza era la fortaleza de Sacsayhuaman, y el
cuerpo del felino, la ciudad que se extendía entre dos ríos, el Saphy y el
Tullumayu, que discurren canalizados bajo las calles del mismo nombre. El
encuentro de estos ríos, donde actualmente hay una fuente alusiva, era conocido
como Pumaqchupan o “la cola del puma”.
Los templos y palacios de la ciudad
Puma eran edificaciones de un solo piso, cubiertas con techos de paja a dos
aguas a circulares con una inclinación muy acentuada para facilitar el
escurrimiento de las aguas de las lluvias. La singularidad de la arquitectura
incaica, que asombro a los primeros españoles que entraron en la ciudad y sigue
asombrando ahora a sus visitantes, era la calidad del pulido de la piedra y el
ensamblaje perfecto de un bloque con otro. En una cultura que no conocía el
hierro, esto se lograba gracias a un extraordinario conocimiento del material y
a la diestra utilización de herramientas sencillas, como las duras piedras
cuarcitas. Con todo, se piensa que la construcción de las obras más
representativas de arquitectura incaica debió demandar ingentes cantidades de
mano de obra, lo cual solo era dable en una sociedad con un altísimo grado de
organización.
Visualmente, el Cusco sagrado
destacaba por la sobriedad de sus muros y su característico talud que los hacia
más resistentes a los sismos frecuentes en la zona. Estos muros, construidos
las más de las veces con andesita y diorita, no siempre presentaban el mismo
tipo de aparejo. El rectangular grande lo encontramos en el Qoricancha y el
Acllahuasi (actual calle Loreto), y el rectangular pequeño, en el Kusicancha
(actual plazoleta de Santo Domingo, frente al Qoricancha). Ambos tipos de
aparejo son conocidos también como almohadillado. El irregular geométrico
grande, en cambio, es el que apreciamos en la calle Hatun Rumiyoc.
Los elementos dominantes en esta
ciudad debieron ser Sacsayhuaman, el Qoricancha y el Sunturhuasi, una torre
circular de unos tres o cuatro pisos de altura que al parecer se erguía en la
plaza principal, que ocupaba lo que actualmente es la Plaza de Armas, la Plaza
Regocijo, las dos manzanas que las separan y la manzana del hotel Cusco.
El patrón de agrupamiento de las
viviendas y, en general, las edificaciones era la Kancha, un recinto
rectangular rodeado de muros de piedra, comúnmente con un solo acceso, en cuyo
interior, distribuidas simétricamente, se alzaban entre dos y ocho construcciones
de planta también rectangular y unicelulares. Entre kancha y kancha corrían
estrechas callejas, lo que hacía que la ciudad en su conjunto tuviera un
trazado ortogonal, constituido por un sistema de calles prácticamente
rectilíneas. Una peculiaridad del Cuso incaico, eso sí, era su perfecta
adaptación a la topografía del valle y a los occidentes naturales, lo cual
hacia que en muchos casos la cuadricula original se deformara y que las
callejas se volvieran sinuosas.
Otra característica del Qosqo
incaico, que respondía a la cosmovisión de los antiguos cusqueños, era su
división en dos mitades, hanan y hurin, la de arriba y la de abajo, cada una de
las cuales a su vez se dividía en otras dos, respetando la división territorial
del imperio en cuatro partes o suyos: Chinchaysuyo, Antisuyo, Collasuyo y
Contisuyo. Eran precisamente los caminos que, partiendo de la plaza principal,
se dirigían a los cuatro suyos, los que delimitaban las cuatro partes en las
que estaba dividida la ciudad.
Un sistema complementario de
organización espacial del Cusco incaico era el de los ceques, unas líneas
imaginarias que partían del templo del sol en dirección a los cuatro suyos y
que estaban jaloneadas por los adoratorios o huacas que había en el Cusco. En
cada uno de los sectores de Chinchaysuyo, Antisuyo y Collasuyo había nueve
ceques, y en el de Contisuyo, catorce. El número de huacas, según una relación
dejada por el cronista Bernabé Cobo, ascendía a 333. Téngase en cuenta que para
los incas eran sagrados no sólo templos como el Qoricancha, sino también el
lugar de nacimiento de sus gobernantes, así como las reliquias dejadas por
éstos. También eran veneradas las piedras grandes, los manantiales o puquios,
los ríos y lagunas, así como las cuevas.
Señalemos, finalmente, para terminar
de comprender la singularidad de la capital incaica, que la ciudad sagrada
estaba rodeada de terrazas de cultivo que se extendían más allá de los dos ríos
que la delimitaban y que actualmente corren, el primero, debajo de las calles Saphy,
Plateros y la Avenida Sol, y el segundo debajo de las calles Choquechaca y
Tullumayu. Estas áreas de cultivo,
delicadamente tratadas, hacían las veces de un sector de aislamiento del
núcleo sagrado, ubicado en el centro de la ciudad.
Los barrios donde residían los
sectores populares estaban diseminados alrededor de este cinturón de
aislamiento y según la mayoría de cronistas eran doce. Empezando por el de
Tokokachi (actual barrio de San Blas), éstos eran: Munaysenka, Rimajpampa,
Pumajchupan, Coripata, Cayaukachi, Chaquillchaca, Picchu, Karmenka, Wakapunku,
Kolkampata y Kantutpata.
La principal urbe incaica abarcaba
también una extensa zona suburbana densamente poblada que se extendía en un
radio de hasta cinco kilómetros. En suma, se podría decir, según cálculos
realizados por Santiago Agurto, que la capital de los incas abarcaba una
extensión de 476 hectáreas, de las cuales 88 correspondían a la ciudad sagrada,
105 a su sector de aislamiento y 283 a los barrios periféricos. El sector
suburbano, a su vez, podía tener más de 500 hectáreas de extensión. Tal era la
urbe que encontraron los españoles y que despertó la admiración de muchos de
ellos, como de Pero Sancho, secretario y escribano general de Francisco
Pizarro, quien escribe en su relación para su majestad. “La ciudad del Cusco,
por ser la principal de todas cuentas servían de residencia a los señores, es
tan grande, tan bella y con tantos edificios, que sería digna de ser vista en
España”
Cronistas como fray Antonio de la
Calancha (1638), equiparaban la grandeza arquitectónica y la importancia
religiosa prehispánica del Cusco, con la prestancia pagana de las antiguas
metrópolis de Babilonia y la Roma de los césares.
Por su organización administrativa,
que subdividía los barrios según procedencias y especialidades artesanales; por
su armonía arquitectónica, sabiamente adecuada a la orografía y las
inclemencias atmosféricas; por la eficiente conservación de su medio ambiente y
la ingeniosa provisión de recursos naturales para el florecimiento de su economía,
el Cusco de los Incas destaca como el modelo más elevado de la admirable
organización social que esta civilización desplego en todo el mundo andino.
Posee características únicas que aún podemos admirar y que son motivos de
interés universal.